Entre los medios para rectificar los corazones, purificar las almas, apartarse de los ilusorio y perecedero, y aspirar a lo permanente y eterno, está el tomar consciencia de nuestra impotencia a la hora de cumplir los actos de obediencia, y hasta qué punto estamos sumergidos en nuestras pasiones y deseos, y lo rápido que corremos detrás de los placeres. El alma debe tener presente la insignificancia de sus buenas obras el día en que todo se exponga, y se hagan públicas las cuentas. Ese día a nadie le servirá de nada sus riquezas y posesiones, ni sus hijos; sólo se tomará en cuanta a quien llegue hasta Dios con un corazón sano.
Dice Dios (Exaltado Sea) en Su Libro Glorioso: “Oh vosotros, los que creéis. Temed a Dios, y que toda alma mire lo que ha adelantado para el día de mañana. Y temed a Dios. Él está bien informado de lo que hacéis.”
Cuenta Sahl ibn Sa’d al-Sâ’idî (que Dios esté satisfecho de él): “Un hombre llegó hasta donde estaba el Profeta (la Bendición y la Paz de Dios sobre él), y le dijo: “Enviado de Dios, dime una obra que, haciéndola, me ame Dios y me amen los hombres”. Le respondió el Profeta: “Renuncia a este mundo ilusorio y Dios te amará. Renuncia a lo que los hombres poseen, y ellos te amarán”. Lo transmite Ibn Maŷâ.
La renuncia (zuhd) no consiste en abstenerse de las cosas permitidas, ni en menospreciar el dinero. La verdadera renuncia no consiste en no poseer cosas, sino en que las cosas no te posean a ti. Y en que seas, con lo que está en la mano de Dios, más firme que con lo que hay en tu propia mano. La renuncia no consiste en rechazar las gracias y dones que Dios te concede, sino en agradecer Sus bienes y gracias, para hacer de ellas un medio con las que obtener la felicidad en la vida que viene después de esta. Este mundo ilusorio es la montura del creyente, y cabalgándola, alcanza el bien y se libra del mal.
El que renuncia de este modo, su mente permanece serena y su corazón en paz. No se alegra por las cosas que hay en este mundo ilusorio, ni se lamenta por las cosas que no hay en él. Da las gracias por los dones que recibe, y se muestra paciente con las desgracias. Ha dicho Dios, Exaltado Sea: “Para que no os sintáis tristes por aquello que se os escape, ni os alegréis por aquello que os llegue”.
Le preguntaron a al-Hasan al-Basri (que Dios tenga misericordia de él): “¿Cuál es el secreto de tu renuncia a este mundo?” Respondió: “Descubrí que el sustento que me está predestinado, no le correspondía a nadie más que a mí, y mi corazón se pacificó con eso. Descubrí que mi ciencia no le correspondía a nadie más que a mí, y me ocupé de ella. Descubrí que Dios me observa en todo momento, y sentí vergüenza de que pudiera verme cometiendo un pecado. Descubrí que la muerte me está esperando, y preparé mi equipaje para el encuentro con Dios”