Dios, Exaltado Sea, eligió a Su profeta Muhammad (sobre él la Bendición y la Paz) de entre todas Sus criaturas. Lo crió, lo enseñó y lo educó, y ¡qué perfecta educación fue! Perfeccionó en él las más nobles cualidades, hasta que se convirtió en el mejor de todos los hombres, tanto en su constitución exterior como en su naturaleza interior. Jamás cometió un acto inmoral ni incitó a nadie a cometerlo. Jamás albergó odio hacia ninguna persona, ni se vengó de nadie. Enseñaba a través de su mera presencia, por medio de su trato, por medio de su estado, por medio de sus palabras, y en cualquiera de las situaciones en las que se encontrara.
Convocaba a Dios por medio de sus cualidades, del mismo modo en que lo hacía por medio de sus palabras.
Recitaba a sus Compañeros las aleyas del Corán, les explicaba su significado, purificaba sus almas, les enseñaba la sabiduría y una infinidad de cosas de las que ellos no tenían conocimiento alguno.
Decía: «¿Acaso mi Señor no me ha ordenado que os enseñe, de aquello que Él me ha enseñado, lo que ignorabais?». Él dejó claro cuál era su misión con sus palabras: «No he sido enviado sino para enseñar».
El Noble Corán menciona esta misión fundamental del Enviado (sobre él la Bendición y la Paz): «Él es quien ha sido enviado a los ignorantes como un enviado, procedente de ellos, para que les recite Sus aleyas, les purifique y les enseñe la Escritura y la Sabiduría».
Son varias las aleyas en las que se menciona que las funciones del Enviado de Dios son la enseñanza y la educación espiritual, en el sentido de purificación interior.
La vida del Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz) es toda ella dirección, guía y enseñanza. Su método de enseñanza es el mejor, el más sutil y el más elevado a la hora de dejar su huella en las almas de los hombres.
De entre sus sabios métodos de enseñanza está el que se dirigía a cada persona de un modo diferente, conforme a la capacidad de comprender de cada uno, educándolos en la medida de sus disposiciones innatas, colocando a cada persona en el nivel que le correspondía.
Hablaba de un modo claro, de forma que los que estuvieran en su presencia pudieran memorizar aquello que decía. Si la ocasión lo requería, bien por la dificultad del asunto, bien por lo peculiar del mismo, o por el gran número de asistentes, repetía sus palabras tres veces, de modo que todo el mundo pudiera comprenderlas.
Impartía la enseñanza de un modo gradual, y era siempre consciente de los diferentes grados de comprensión que tenían quienes aprendían con él. Les decía: «Yo tengo para vosotros el mismo rango que el padre que os enseña».
Cuando enseñaba, ponía ejemplos para acercar a su auditorio el significado de lo que decía, aclararlo y asentarlo firmemente en sus mentes. Usaba para la enseñanza el método del diálogo y el sistema de preguntas y respuestas, para estimular el interés. Era su procedimiento sabio y satisfactorio. Dijo (sobre él la
Bendición y la Paz): «Dios no me ha enviado para poner en apuros a nadie ni para causar molestias, sino para enseñar y para facilitar las cosas».
Una muestra de su método de enseñanza es el modo en que procedía con los pecadores, especialmente si el pecado era consecuencia de la ignorancia de quien lo había cometido, y no se había hecho pública su identidad. En esas ocasiones, hablaba de forma general, sin referirse a nadie de modo particular. Bastaba con una exposición general del asunto. Decía: «¿Cómo es que tal gente hizo esto o lo otro…?»
El método de aludir de forma velada al pecador, sin dirigirse a él de un modo directo, posee numerosas ventajas. Entre ellas está el evitar una reacción negativa por parte de quien ha cometido el pecado, evitar que Satán lo embellezca, por medio de una venganza personal o de tomarse la justicia por su mano. Este método también aumenta la receptividad del alma y la influencia de la enseñanza en ella.
El sistema del Profeta (sobre él la Bendición y la Paz) a la hora de corregir las faltas, era extremadamente sabio y sutil. Nos ha transmitido Mu’awiya ibn alHakam al-Sulamî (que Dios esté satisfecho de él) lo siguiente: «Me encontraba en una ocasión haciendo la salât con el Enviado de Dios, cuando un hombre estornudó, y yo le dije: «Que Dios tenga misericordia de ti». Entonces la gente presente comenzó a mirarme, así que yo les dije: «¿Qué os pasa, que me miráis?» Empezaron entonces a golpearse en los muslos para llamar mi atención, y cuando les miré, me hicieron callar. Cuando el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz) hubo terminado su salât, y os juro por mi padre y mi madre que jamás había visto antes un maestro como él, ni lo vi jamás tras él, en el excelente modo de enseñar. Por Dios juro que no torció el gesto ante mí ni me humilló, no me golpeó ni me insultó, sino que dijo: «Esta salât no es válida si se emplean en ella palabras de los hombres, sino únicamente expresiones de glorificación a Dios y de reconocimiento de Su Grandeza, así como la recitación del Corán».
¡Qué necesitados estamos de llevar nuestros corazones de amor! ¡Qué necesitados estamos de educar siguiendo esta costumbre profética y estos nobles caracteres tanto a grandes como a pequeños! ¡Qué necesitados estamos de educarnos a nosotros mismos en ella, y de permanecer en ella en todo momento, a cada instante, y de poner las virtudes del Profeta (sobre él la bendición y la Paz) ante nuestros ojos, para que se manifieste su influencia en nosotros, noche y día!
Sólo siguiendo su ejemplo se alcanza la gloria, la suficiencia, la victoria, la santidad, la protección divina, la guía, el éxito, la salvación y la buena vida en este mundo y en el Otro.