El desarrollo de las cosas de un modo gradual es una de las formas de actuar que impone la sabiduría divina, tanto en la Creación como en lo que respecta a la aplicación de la Ley revelada. Es una de las manifestaciones de la misericordia de Dios a Sus siervos, y uno de los métodos por medio de los cuales se curan las almas, se restauran las sociedades, así como un medio de aceptar las obligaciones legales y acatarlas sin fastidio y sin sentir hastío hacia ellas.
Nuestro Señor, Exaltado Sea, creó a Adán de la tierra y el agua, del lodo fétido y la arcilla. Después sopló en él Su espíritu, y vino a ser un hombre perfectamente conformado. Y creó a su descendencia de una gota, a la que después transformó en un coágulo, el coágulo en un embrión, y después huesos y carne, para finalmente insuflar en él Su espíritu. Dice Él, Exaltado Sea, en la azora Los creyentes: «Hemos creado al hombre de arcilla fina, después hemos hecho de ello una gota en un lugar estable. Después hemos creado un coágulo, y hemos hecho del coágulo un embrión, y del embrión huesos, y hemos cubierto los huesos de carne. Luego hicimos de él otra criatura. Y bendito sea Dios, el mejor de los creadores». Del mismo modo, las leyes reveladas por Dios van adaptándose conforme a las diferentes circunstancias de las comunidades que las reciben, ajustándose al nivel de desarrollo intelectual de la humanidad. Cuando se completó la madurez intelectual del hombre, Dios le envió su revelación final, haciéndola descender sobre el Sello de los Profetas y los Enviados, enviado como una misericordia para los mundos. Él (sobre él la Bendición y la Paz) siempre tuvo en cuenta esta idea de progresión a la hora de convocar a los hombres a la religión de Dios. Comenzó por su familia y su clan, y terminó por los reyes y los poderosos, comenzando por lo más importante y avanzando de forma gradual, teniendo siempre en cuenta los estados y las circunstancias.
Relata Ibn Mas‘ûd: «El profeta (sobre él la Bendición y la Paz) tenía mucho cuidado a la hora de predicarnos, por miedo a causarnos hastío».
Durante su etapa mequí (que duró trece años) el objetivo de su predicación era la afirmación de la unicidad divina, la eliminación de los restos de la asociación a Dios (shirk) y la adoración de los ídolos, así como la adquisición de los nobles caracteres y los principios elevados.
El Corán también fue revelado de forma progresiva, conforme a lo exigían las circunstancias. Dice Aisha (que Dios esté satisfecho de ella): «Lo primero que Dios reveló del Corán fueron las azoras cortas del final del Corán que hablan del Paraíso y del fuego infernal. Una vez que las gentes hubieron adquirido firmeza en el Islam, se revelaron aquellas en las que se habla de lo lícito y lo ilícito. Si se hubiera revelado en primer lugar: “No bebáis vino”, la gente hubiera dicho: “No dejaremos de beber vino nunca”. Y se hubiera revelado en primer lugar: “No forniquéis”, la gente hubiera dicho: “No dejaremos de fornicar nunca”».
De entre los consejos que el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz) le dio a Mu‘âdh cuando le envió al Yemen está lo siguiente: «Vas a un pueblo que pertenece a las gentes del Libro. Cuando llegues allí, anúnciales que no hay más divinidad que Dios, y que Muhammad es el Enviado de Dios. Cuando acepten esto, diles entonces que Dios ha prescrito cinco plegarias rituales durante el día y la noche. Una vez que hayan aceptado esto, diles que Dios ha prescrito que los ricos de entre ellos les den la limosna a los pobres. Una vez que hayan aceptado esto, guárdate de exigirles nada de sus posesiones más preciadas. Y teme la plegaria del oprimido, pues no hay velo entre ella y Dios».
Su intención (sobre él la Bendición y la Paz) era siempre comenzar por lo fundamental de la explicación de la Ley revelada, empezando por los principios, dejando para después sus ramificaciones, yendo de lo más inmediato a lo que lo sigue, de lo que es más fácil de comprender, a lo siguiente. Cada vez que los hombres habían aceptado una de las órdenes divinas una orden, se añadía lo que seguía.
La progresión es la transición de una etapa a otra más elevada en el cumplimiento de la legislación revelada, con el fin de conducir a las almas a la aceptación de las órdenes de Dios, tomándose el tiempo necesario para erradicar los malos hábitos arraigados en el alma. Va de la mano con la naturaleza primordial (fitra) del ser humano. Es algo necesario para todo aquel que a quien Dios ha favorecido, guiándole hasta la aceptación del Islam, así como todos aquellos a los que Dios ha agraciado con el retorno a Él, la orientación hacia Él y la resolución para caminar por la senda de la rectitud. Lo más importante —para uno mismo y para los que le rodean— es el arraigo de la fe en el interior de uno mismo y el reconocimiento de la Unicidad de Dios. Eso es lo que lleva a responder a las leyes reveladas. Sin eso, no le es posible al hombre deshacerse de las pasiones de su ego, que impiden que la orden de Dios se arraigue en su corazón y resida en su alma. Tras ello vienen los principios del Islam, que no se mantienen sino por lo anterior. Son la plegaria ritual, la limosna canónica, el ayuno y la peregrinación a La Meca. Tras ellos se asciende a los grados de los ritos voluntarios y de los rangos de las virtudes, tras apartarse de todas las cosas prohibidas y de los vicios, hasta alcanzar el rango de los próximos a Dios. Desde el punto de vista de la Ley divina, no es aceptable tratar de acercarse a Dios por medio de los méritos y las virtudes, si se es negligente en el cumplimiento de los actos obligatorios. Esa actitud es incompatible con la sabiduría que encierra la progresión gradual.
Relata Talha ibn ‘Ubayd Allâh (que Dios esté satisfecho de él): «Llegó hasta donde estaba el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz) un hombre del Naŷd. Tenía el pelo revuelto y oíamos su voz, pero no entendíamos lo que decía, hasta que se aproximó a donde estaba el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz), y le preguntó por el Islam. El Profeta le respondió: “Cinco plegarias rituales [a realizar] en un día y una noche”. El hombre dijo entonces: “¿Tengo que hacer alguna más?”. El Profeta le dijo: “No, a no ser que quieras hacer alguna de forma voluntaria”. Y siguió diciendo: “Y el ayuno durante el mes de Ramadán”. Le dijo entonces el hombre: “¿Y tengo que hacer algún otro ayuno?”. Le respondió: “No, a no ser que quieras hacer alguno voluntario”. Añadió el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz) entonces: “Y la limosna canónica”. Dijo el hombre: “¿Y tengo que dar alguna más?”. Respondió el Profeta: “No, a no ser que quieras darla de forma voluntaria”. Entonces el hombre se volvió para marcharse, diciendo: “Juro por Dios que ni añadiré ni quitaré nada de todo ello”. Dijo entonces el Enviado d Dios (sobre él la Bendición y la Paz): “Si ha sido sincero, obtendrá el Paraíso”.
La progresión gradual es un rango que se encuentra entre la impetuosidad y la inmovilidad. Si se trata de una impetuosidad que conduce a la exageración y al exceso, estamos entonces hablando de algo reprobado por la Ley divina, al ser algo que conduce al fanatismo, al extremismo y a la separación del justo medio. La inmovilidad, por su parte, es algo que hace que se permanezca en un mismo estado, sin ningún movimiento que tienda hacia la mejora o el ascenso. Por tanto, también se trata de una actitud censurable. Hay personas que no tienen el menor deseo de mejorar, ni en lo que respecta a su conocimiento de la religión, ni en lo que respecta a su práctica. Quien no se ocupa de sí mismo en el camino hacia el ascenso, se verá ocupado en el descenso a los abismos de la pereza y el envilecimiento, sin que se dé cuenta.
El musulmán que quiere el bien para sí mismo, no está satisfecho con permanecer en el escalafón más bajo, sino que se esfuerza siempre por aumentar su fe y por corregir sus actos, así como para hacer algo útil para su sociedad, hasta que llega el momento de su encuentro con Dios, Exaltado Sea, cuando Él se muestre satisfecho de Su siervo.
Le pedimos a Dios, Exaltado Sea, que nos conceda el éxito en todo aquello que suponga un perfeccionamiento de nuestra religión, de nuestra vida material y de nuestro estado en la Otra Vida, y que nos conceda la pureza de intención de palabra y de obra.