Dice Dios, Exaltado Sea, en Su Libro: «Quien teme a Dios, Él le facilita una salida, y le provee de donde no se imagina». Y dice el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz): «Quien pide perdón a Dios constantemente, Él le proporciona consuelo a todas sus preocupaciones, una salida a todas sus apreturas, y le provee de donde no se imagina». Lo recoge Ahmad, transmitido por Ibn ‘Abbâs.
Le preguntó un día Shaqîq al-Baljî a Hâtim al-Asamm: «¿Desde hace cuánto tiempo frecuentas mi compañía?». «Desde hace treinta y tres años», le respondió. «¿Y qué has aprendido de mí en este tiempo?», le preguntó Shaqîq. «Ocho cosas», le respondió Hâtim. «¡De Dios somos y a Él regresamos! ¿Todo este tiempo y no has aprendido más que ocho cosas?». «Maestro, no he aprendido más que esas ocho cosas. No me gusta mentir», dijo Hâtim al-Asamm. «Dime pues esas ocho cosas. Quiero escucharlas», le dijo Shaqîq al-Baljî. Y Hâtim comenzó a enumerarlas:
«La primera es que miré la Creación, y vi que en ella cada ser ama algo, y permanece con eso que ama hasta la tumba. Pero cuando entra en la tumba, se separa de aquello que ama. Yo he hecho de las buenas obras el objeto de mi amor, de modo que, cuando entre en la tumba, entren ellas conmigo».
Dijo Shaqîq: «Bien dicho. ¿Y cuál es la segunda?»
«La segunda es que miré lo que dicen las palabras de Dios, Exaltado Sea: “En cuanto a quien teme la estación de su Señor y evita que su alma siga los deseos de su ego, el Paraíso es su morada”. Supe que las palabras de Dios son la verdad, así que me esforcé en oponerme a los deseos de mi ego hasta que este permaneció obediente a Dios, Exaltado Sea.
La tercera es que miré a las criaturas y vi que todo aquel que poseía alguna cosa, le concedía un valor, que su poseedor trataba de protegerla para que no se perdiera. Y leí las palabras de Dios que dicen: “Lo que tenéis desaparece, pero lo que Dios tiene permanece». Así que todo lo que cae en mi mano con algún valor, se lo entrego a Dios, para que Él lo guarde junto a Él.
La cuarta es que miré a las criaturas, y vi que todas se vanaglorian de su riqueza, de su prestigio o de su linaje familiar. Pero miré con atención y vi que todo eso no era nada. Después leí las palabras de Dios que dicen: “Los más nobles de entre vosotros son los más piadosos”. Así que me dediqué a la piedad para así ser noble a ojos de Dios.
La quinta es que miré a las criaturas, y vi que se injurian y se maldicen. Y vi que el origen de todo ello es la envidia. Después leí las palabras de Dios, Exaltado Sea, que dicen: “Somos Nosotros quienes distribuimos entre vosotros los medios de vida de este mundo”. Así que abandoné la envidia y me acerqué a los hombres, y comprendí que la distribución de los bienes viene de Dios. Entonces abandoné toda confrontación con las criaturas de Dios.
La sexta es que miré a las criaturas, y vi cómo son injustos los unos con los otros, y como se combaten entre sí. Me volví entonces a las palabras de Dios, Exaltado Sea, que dice: “Satán es, en verdad, vuestro enemigo. Tomadle pues como tal”. Así que le tomé a él como único enemigo, y me esforcé en permanecer en guardia frente a él, puesto que Dios ha testificado que él es mi enemigo. Abandoné entonces toda enemistad hacia las demás criaturas.
La séptima es que miré a las criaturas y vi cómo sufren y se humillan en la búsqueda de su sustento, hasta el punto de caer en lo ilícito a causa de ello. Después leí las palabras de Dios, Exaltado sea, que dicen: “No hay una bestia sobre la tierra cuya subsistencia no esté en manos de Dios”. Me di cuenta de yo soy una de esas bestias cuya subsistencia está en manos de Dios. Así que me ocupé de lo que Dios, Exaltado Sea, me demanda, y abandoné junto a Él todo lo mío.
La octava es que miré a las criaturas, y vi que todas se apoyan en algo creado: este en sus posesiones, ese en sus negocios, aquel en su trabajo, el otro en su salud, el de más allá en su posición, etc. Son criaturas de Dios, apoyándose en otras criaturas como ellos. Y me volví entonces a las palabras de Dios, Exaltado Sea: “Quien se abandona a Dios, Él le basta”. Así que dejé de apoyarme en lo que no es Dios, y me esforcé en abandonarme a Dios, y Él me basta».
Dijo Shaqîq: «Hâtim, que Dios te conceda el éxito, pues he examinado las ciencias contenidas en la Torá, en el Evangelio, en los Salmos y en el Corán, y he visto que todo los tipos del bien así como la religión, giran en torno a estos ocho asuntos».