El recuerdo de los días de Dios es una de las costumbres de los profetas, los enviados, los amigos de Dios (awliyâ’) y los santos. No ha habido un solo profeta que no haya recordado a su pueblo los dones de Dios, para que los hombres se muestren agradecidos por ellos, ni haya dejado de recordar el mal final de los criminales y los injustos, para que estén advertidos sobre ello. Y la costumbre de Dios al respecto de su creación, ni es sustituida por otra cosa, ni es cambiada. Dice Dios, Exaltado Sea: “Enviamos a Moisés con Nuestros signos para que sacara a tu pueblo de las tinieblas a la luz, y para recordarles los días de Dios”.
Es algo sabido que las comunidades humanas se interesan por los días en los que ocurren acontecimientos importantes relacionados con el devenir humano o histórico. Y de entre los acontecimientos importantes en la historia humana en general, y en la de los musulmanes en particular, está el recuerdo del nacimiento de la más noble de las criaturas de Dios, nuestro profeta Muhammad, hijo de Abd Allah (sobre él la Bendición y la Paz).
Es costumbre entre los musulmanes del oriente y el occidente —y especialmente en este mes bendito de Rabî’ al-awwal— el renovar las ocasiones de alegría con ocasión del nacimiento de quien fue la misericordia misma enviada. Dice Dios (Exaltado Sea): “Di: por el don de Dios y por Su Misericordia, por eso alegraos”.
Nuestro noble enviado no necesita que vivifiquemos su recuerdo, sino que somos nosotros los que verdaderamente necesitamos vivificar la vida de nuestros corazones por medio de su recuerdo. Somos nosotros los que necesitamos agarrarnos firmemente a nuestra religión, conocer la vida de nuestro profeta, e imitarle en nuestros actos de culto y en nuestro comportamiento.
Y si fueran los medios para ello el criterio de los objetivos, el seguimiento del Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz), no se realiza sino tras conocer su vida y sus estados espirituales. Por medio del seguimiento del Profeta (sobre él la Bendición y la Paz), y el amor por él, el creyente alcanza el amor de Dios, Exaltado Sea. Dice Él (Exaltado Sea): “Di: Si amáis a Dios, seguidme y Dios os amará”. Y dice el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz): “No cree ninguno de vosotros hasta que me ame a mí más que a sí mismo, a sus riquezas, a sus hijos y a todo el mundo”.
En una ocasión se acercó un hombre al Profeta (sobre él la Bendición y la Paz), y le preguntó: “¿Cuándo será la hora?”. Le respondió el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz): “¿Qué has dispuesto para ella?”. Le dijo el hombre: “No he dispuesto muchas plegarias canónicas, ni ayunos ni limosnas, pero amo a Dios y a Su Enviado”. Le respondió el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz): “Estarás con quien amas”.
Y quien ama algo, no hay duda de que multiplica su recuerdo de ello. La ocasión del Mawlid y las ocasiones religiosas similares renuevan el vínculo del musulmán con la vida de su noble profeta, y hace que el corazón experimente soplos santísimos, imposibles de describir por medio de la palabra.
Si un tronco seco de palmera anheló la presencia del Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz), y gemía por su ausencia, hasta el punto de que el Profeta tuvo que descender del púlpito y abrazarlo cariñosamente, y no se tranquilizó hasta que, tras haberle dado el Profeta la opción de escoger, eligió la de estar con él en el Paraíso, ¿acaso no sentirán nostalgia los corazones de los creyentes por el mejor de los hombres, tanto en su forma exterior como en su naturaleza interior, y por escuchar el relato de su vida?
Le pedimos a Dios que nos provea con la intercesión de Su Profeta y que nos reúna bajo su estandarte. Él es Aquel que todo lo escucha, Quien siempre responde.
Dios mismo (Exaltado Sea) ha dado testimonio de la inmensidad de la naturaleza interior de Su Profeta (sobre él la Bendición y la Paz), y de sus nobles características. Dice (Exaltado Sea): “Tú, en verdad, posees una naturaleza inmensa”.
Su Señor lo educó y perfeccionó su educación. Fue el mejor de los hombres en cuanto a su caballerosidad, y el mejor de ellos en cuanto a su carácter, el más noble en cuanto al bien, y el mejor en cuanto al trato con los otros; fue el más alejado de todos en cuanto a la innobleza y a las bajas cualidades, así como al respecto de los rasgos propios de la edad de la ignorancia, hasta el punto de que su pueblo le había dado el sobrenombre de al-Amîn, es decir, “el Confiable”.
Entre sus características interiores (sobre él la Bendición y la Paz) está el hecho de que meditaba abundantemente, de que mantenía largos silencios, de que no hablaba si no era necesario hacerlo, y nunca de aquello que no le concernía. No hablaba sino cuando consideraba que sus palabras podían ser objeto de una recompensa divina. Hablaba de forma pausada, separando las palabras, no de forma rápida, de modo que no se pudieran retener, y tampoco de forma tan pausada que se produjeran silencios prolongados entre ellas. Dijo Aisha, la madre de los creyentes (que Dios está satisfecha de ella): “Cuando hablaba, el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz), lo hacía separando las palabras, de modo que cualquier persona que le escuchaba, podía entenderle”.
Una muestra de la bondad de su carácter la tenemos en lo que transmitió Anas: “Serví al Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz) durante diez años, y juro por Dios que en todo ese tiempo jamás me dirigió una expresión de disgusto, ni me preguntó acerca de alguna cosa diciéndome: ¿Por qué lo has hecho así? o ¿Acaso lo has hecho así?”.
De entre la totalidad de los Profetas y los Enviados, Dios ha caracterizado a Su Profeta Muhammad (sobre él la Bendición y la Paz) con algunas características especiales: Él es el sello de los profetas; es el poseedor de la Estación Alabada el Día de la Resurrección; su revelación está destinada a los dos tipos de criaturas denominadas “al-thaqalayn” es decir, “las dos que pesan”: estas son los genios y los hombres; la revelación del Noble Corán, cuya inimitabilidad reconocen tanto hombres como genios. Una inimitabilidad que se prolongará hasta el Día de la Resurrección. Su viaje nocturno hasta Jerusalén y su ascensión hacia los cielos elevados, y hasta más allá del Loto del Límite.
Y entre las características por las cuales Dios ha hecho especial a Su Profeta en lo que respecta a esta comunidad están: que se le hicieron obligatorias cosas que no se le habían hecho obligatorias a nadie; que se le prohibieron cosas que no le estaban prohibidas a nadie de su comunidad, y que se le permitieron cosas que no se le permitieron a nadie más. Un ejemplo de esto está en la prohibición de que tanto él como su familia recibieran la zakât, es decir, la limosna canónica, o la obligatoriedad de permanecer en vela en la práctica de actos de culto (tahayyud), y la imposibilidad de dejar nada en herencia.
¡Temed a Dios, siervos de Dios! Volveos hacia el seguimiento de vuestro profeta, y quien se encuentre a sí mismo siguiéndole, apegado a él, que alabe por ello a Dios y se mantenga así, y quien se encuentre a sí mismo siguiendo a sus pasiones, inclinado hacia su alma egoica, debe regresar al camino recto, seguir el ejemplo de su profeta, y volverse a su Señor, con la esperanza de alcanzar Su Benevolencia. Dios es quien concede el éxito en lo correcto, y a Él es el retorno y el regreso.