La diversidad entre los seres humanos es una manifestación de la sabiduría divina, es una ley universal, una realidad primordial y un asunto real, así como una de las necesidades de la vida. Los seres humanos son diferentes en cuanto a sus religiones, a sus principios morales y sus actos. También difieren en sus opiniones, sus formas de comprender y de pensar, así como en sus puntos de vista, sus intenciones y sus objetivos.
Dice Dios (Exaltado Sea): «Si tu Señor hubiera querido, hubiera hecho de los hombres una única comunidad. Sin embargo, no dejarían de ser diferentes unos de otros, excepto aquél con quien Dios fuera misericordioso. Y para eso los creó».
La diversidad entre los seres humanos es uno de los signos de Dios, que nos muestran la inmensidad de Su Poder y lo maravilloso de Su Sabiduría. Dice Él, Exaltado Sea: «Y entre Sus signos está la creación de los cielos y de la tierra, y la diversidad de vuestras lenguas y vuestros colores. En eso hay signos para los mundos». La diversidad de la disparidad de formas, la integración en medio de esa diversidad, y el reconocimiento mutuo, son cosas positivas, porque todo ello es un don divino; por el contrario, la diversidad del enfrentamiento y del conflicto, es una prueba y una calamidad.
El diálogo es una herramienta de contacto que nos conduce a un estado de satisfacción, y dirige los comportamientos del hombre hacia un fin benéfico. El diálogo es el medio de corregir y educar el alma, de purificar las ideas y desarrollarlas, de acercar los corazones y de purificarlos. Es uno de los principios fundamentales a la hora de convocar a la fe en Dios y a Su culto.
Por esa razón, el Noble Corán le da una gran importancia, y nos informa de que Dios (Exaltado Sea), siendo el Creador, Aquél que puede prescindir de todo, dialogaba con Sus Profetas y Enviados, dialogaba con los hombres por medio de Sus Enviados, y dialoga con los ángeles, y hasta con Iblîs, que es el origen de todos los males. Todos los Enviados de Dios han dialogado con sus comunidades, y el primero de todos el sello de los Profetas y los Enviados (sobre todos ellos la mejor bendición y la paz más pura). Dialogaba con los que estaban de acuerdo con él y con los que se le enfrentaban, con sabiduría, con la mejor admonición, y discutía con ellos de la mejor de las formas posibles.
Nuestra religión pura nos incita a dialogar tanto con quien está de acuerdo con nosotros como con quien está en desacuerdo. Esto aparece de un modo claro en muchos ejemplos en el Corán, en la Sunna y en la vida de nuestro Profeta, el más noble (sobre él la Bendición y la Paz), y de sus seguidores, que imitan su ejemplo y siguen sus huellas.
Todos nosotros tenemos una gran necesidad de diálogo, tanto a nivel individual, como familiar y social, pues este es uno de los medios más importantes de acercamiento y de contacto, con el fin de construir unas buenas relaciones con quienes nos rodean, ya sea en el ámbito de la familia, de la escuela o del trabajo.
El musulmán, como dice un hadiz, se acerca a los demás y, con su actitud, hace que los demás se acerquen a él. Por medio del diálogo y el contacto adquiere amor por los demás.
Son muchos los tipos de diálogo. De entre los más importantes está el diálogo familiar, entre los esposos, entre padres e hijos, y entre los parientes. El diálogo tiene un efecto grande y positivo en el mantenimiento de las relaciones familiares, en la construcción de una familia completa, fuerte y unida. Además, tiene beneficios psicológicos, educativos, religiosos, sociales y morales, influyendo de forma importante en todos los individuos de la familia, y en consecuencia, también en la sociedad, puesto que es imposible encontrar una sociedad sana y cohesionada, si esta padece el problema de la desestructuración familiar.
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El musulmán tiene la obligación de estar siempre dispuesto para el diálogo con todo el mundo, con el deseo siempre de alcanzar el bien, o al menos debe tratar al otro con una actitud de respeto mutuo. El musulmán debe comenzar por sí mismo, dialogando consigo mismo con sinceridad y pureza de intención, para así poder participar en el diálogo de forma provechosa y efectiva. No le está permitido a nadie, quienquiera que sea, rechazar la opinión, la orientación ni la religión de otra persona. Eso está en contra de los principios del diálogo, tal como los consagra nuestra pura religión.
La convocatoria a Dios, Exaltado Sea, no es más que una argumentación, una comunicación, y una exposición de pruebas. Tras eso, todas las criaturas regresarán a su Señor el Día de la Resurrección, para que Él juzgue acerca de aquello en lo que divergían. Dice Él, Exaltado Sea: «Después volveréis a Mi y juzgaré entre vosotros sobre aquello en lo que divergíais».
Muchas de las situaciones que enfrentan a los seres humanos hasta el día de hoy, ya sea en el seno de las familias, o entre los propios musulmanes, o entre los musulmanes y los que no lo son, son enfrentamientos que cosechan los espíritus, y que provocan el rencor, el aborrecimiento y la enemistad. Todo ellos son cosas que anulan el verdadero diálogo, en el que ambas partes muestran humildad y objetividad, y aspira a alcanzar la verdad y la justicia, evitando el orgullo y pretender estar en posesión de la verdad absoluta, puesto que la verdad absoluta no pertenece más que Aquél que es Él mismo la Verdad Absoluta, Glorificado y Exaltado Sea.