Una de las virtudes cuya adquisición Dios ha ordenado a los creyentes es la himma o energía interior elevada, en la competición por alcanzar el bien. La himma elevada es el punto de partida del éxito en los asuntos de la religión o de este mundo. Dice Dios, Exaltado Sea: «Competid en las buenas acciones». Y dice también: «Apresuraos a un perdón de vuestro Señor y a un paraíso cuya extensión son los cielos y la tierra, preparado para los que temen a Dios. Esos que dan en los momentos de desahogo y de estrechez, los que refrenan la cólera y perdonan a los hombres. Dios ama a los que hacen el bien».
Y dice el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz): «Dios es generoso, ama la generosidad, ama las virtudes elevadas y detesta la vulgaridad».
La himma es una actividad del corazón, y el corazón no tiene más autoridad sobre él que la de su dueño. El hombre alcanza la perfección mediante una himma que lo eleve, y una ciencia que lo ilumine y lo guíe.
Los seres de más elevada himma y de más elevado valor son los Profetas y los santos. Dios ha elogiado a las gentes de himma elevada, y se ha dirigido a Su Enviado Muhammad (sobre él la Bendición y la Paz) con estas palabras: «Sé paciente, como fueron pacientes los Enviados dotados de resolución».
De entre aquellos de himma elevada encontramos a Noé (sobre él la Paz), que convocó a su pueblo durante novecientos cincuenta años, sin que creyeran en él más que unos pocos. A pesar de ello, jamás se rindió ni se desesperó, puesto que él no deseaba más que la satisfacción de Dios.
Nuestro noble enviado (sobre él la Bendición y la Paz) alcanzó el máximo grado de perfección en la himma. En el dominio de la servidumbre, no se le acerca nadie; en el de la convocatoria a Dios y la difusión de la Revelación, nadie se le asemeja, y cuanto a sus bellas cualidades, podemos hablar y nuestras palabras nunca acabarían. Y, ¿cómo no iba a ser así, si él es el hombre perfecto, y el Enviado final?
El Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz) educaba a sus Compañeros en la elevación de los asuntos, hasta que llegaron a no hacer el bien sin ellos, y no se detenían sino en el extremo de las nobles acciones.
Dijo ‘Umar (que Dios esté satisfecho de él): «No rebajéis vuestra himma, pues yo no he visto nada que empequeñezca más las nobles acciones que la himma baja».
Abu Musa al Ash‘arî (que Dios esté satisfecho de él) se esforzó muchísimo en las disciplinas espirituales al final de su vida. Algunos de sus familiares le decían: «Deberías ser un poco indulgente contigo mismo». Él decía: «El caballo, cuando en la carrera puede ver la meta, hace salir de él todo lo que tiene. En lo que a mí respecta, lo que me queda es aún menos de eso». Y no dejó de seguir así hasta el día de su muerte.
Siempre que es grande el objetivo, aumenta la intensidad de la himma. Cuando algunas personas le reprochaban a ‘Umar ibn ‘Abd al-‘Azîz, acusándole de exagerar en sus disciplinas espirituales y en su seriedad, y la falta de interés en las cosas efímeras, decía: «Yo tengo un alma ávida, que me hizo desear el mando, hasta que lo alcancé. Después, me hizo desear el califato, hasta que lo conseguí. Ahora me hace desear el Paraíso, y deseo alcanzarlo».
Se decía antiguamente: «Quien conoce aquello a lo que se dirige, menosprecia lo que encuentra».
Cuando le preguntaron a al-Shâfi‘î: «¿Cómo fue tu búsqueda de la ciencia?» Respondió: «Busqué la ciencia como una mujer busca a su hijo único que se ha perdido».
De entre las cosas que ayudan a conseguir una himma elevada están: el esfuerzo propio, frecuentar la compañía de los santos, asistir a las sesiones de ciencia sagrada y a los círculos donde se practica el recuerdo de Dios, y aprovechar el momento en lo que vale.
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¡Siervos de Dios! De igual modo que el Islam incita a elevar nuestra himma y orienta a los musulmanes hacia el modo de conseguirla, también les advierte acerca de la escasa himma, y censura la negligencia, la pereza y en ocuparse de asuntos viles y vulgares.
Ha dicho Dios, Exaltado Sea: «Cuéntales el caso de aquél a quien habíamos dado Nuestros Signos, y se despojó de ellos. Entonces Satán fue tras él y estuvo entre los desviados. Si hubiéramos querido, habríamos hecho que estos sirvieran para elevarle de rango, pero se inclinó hacia lo terrenal y siguió su deseo. Es como un perro, que si lo ahuyentas jadea y si lo dejas también».
De entre las manifestaciones de la baja himma y de la pereza, están el desear lo elevado, amar las cosas nobles y querer el éxito, pero no esforzarse por alcanzar ninguna de esas cosas, ni emprender su búsqueda de forma seria, ni emplear los medios para ello. Quien es así solicita la misericordia de Dios, pero no sigue el camino que conduce hasta ella. Se muestra indolente al respecto de los actos de culto a Dios. Espera alcanzar los más altos grados del Paraíso, vive en falsos deseos y en dulces ensoñaciones.
Le pedimos a Dios, Exaltado Sea, que nos inspire la recta dirección, que abra nuestros ojos a nuestras faltas, y que no nos confíe a nosotros mismos, ni a ninguna de Sus criaturas.