Siervos de Dios:
Sólo si el hombre tiene un conocimiento claro al respecto del objetivo su vida podrá tomar las decisiones adecuadas, y emprender el camino que le conduzca a la realización de ese objetivo, sin perplejidades, sin dudas o indecisiones.
El Noble Corán dirige al hombre al conocimiento del objetivo más elevado que puede encontrar en esta existencia, y a la meta más inmensa a la que debe dirigirse para alcanzarlo.
Ha dicho Dios: «No he creado a los genios y a los hombres sino para que Me adoren». Y únicamente por medio de la realización de la verdadera servidumbre a Dios, alcanza el hombre la felicidad en esta existencia y en la Otra.
Ha dicho Él, Exaltado Sea: «Quien es apartado de del Fuego y se le hace entrar en el Paraíso, ha triunfado».
El objetivo al que aspira el musulmán es ese triunfo del Paraíso, la Morada de la Delicia y la Generosidad, y la salvación del Fuego, que es la Morada de la Desgracia del Castigo y de la Humillación. Todo el bien que se adquiera y todo el mal que se evite, conduce en la dirección del Paraíso.
Le preguntó el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz) a un hombre: «¿Qué dices durante tu salât?» Le respondió el hombre: «Doy testimonio de que no hay más divinidad que Dios y de que Muhammad es el Enviado de Dios, y después pido a Dios el Paraíso y me refugio en Dios del Fuego infernal. No añado nada a tu súplica ni a la súplica de refugio». Dijo entonces el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz): «Eso es lo que decimos nosotros». Es decir: «Entre tu súplica y la mía no hay ninguna diferencia».
Es una de las muestras de la Sabiduría de Dios y de Su Misericordia hacia Sus siervos el haber dispuesto una diversidad de medios para alcanzar el Paraíso y para evitar el Infierno, y para conducirles hasta lo que desean.
Uno de los medios es que el hombre muera habiendo creído en Dios y en el Día del Juicio, habiendo tratado bien a todos los siervos de Dios, habiéndolos tratado con justicia, tratando a los demás como desearía que le trataran a él.
Dice Dios en la azora de la familia de Joaquín: «Vosotros los que creéis: temed a Dios como Él debe ser temido, y no muráis sino sometidos a Dios».
Dijo el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz): «Quien quiera ser rescatado del Fuego infernal y entrar en el Paraíso, que muera creyendo en Dios y en el Día del Juicio, y que trate a los hombres del mismo modo en que desea que le traten a él».
Del mismo modo que todos nosotros deseamos ser tratados con respeto, con sinceridad, con lealtad, y queremos que se tenga una buena opinión de nosotros, así tampoco nosotros debemos menospreciar a nadie, ni mentir a nadie. Debemos apartarnos de toda forma de engaño o deslealtad. Debemos tener la mejor opinión de los siervos de Dios y soportar su comportamiento de la mejor forma posible.
Relata el imâm Mâlik (que Dios tenga misericordia de él): «Aquel de quien se pueda suponer la impiedad en 99 formas diferentes, y de quien se pueda suponer la fe en una sola forma, debe considerársele creyente».
Y dijo el imâm al-Gazâlî: «Es menos grave dejar con vida a 1000 impíos que derramar la sangre de un solo musulmán que cabe en una ventosa».
Si a todos nos gusta ser felices en nuestras vidas, triunfar en nuestros trabajos, obtener ganancias en nuestras actividades comerciales, y que se amplíe la provisión que nos viene de Dios, ¿por qué alejamos a los demás de ello, envidiamos sus éxitos en el trabajo o su superioridad en los estudios, o sus ganancias en sus actividades comerciales?
¿Por qué nos entristecemos cuando Dios aumenta la provisión que reciben, procedente de Él? ¿Acaso no es eso un pecado contra los derechos de Dios, contra nuestros derechos y contra los derechos de los demás?
¿Acaso tú no quieres que no se divulguen tus tropiezos, que se perdonen tus faltas, y que se aparten las miradas ante tus pecados? ¿Por qué entonces buscas los defectos de los demás, no disculpas los errores de tus hermanos, y les consideras poca cosa?
¿Acaso no te gusta que las personas te traten con bondad y amabilidad? ¿Por qué entonces menosprecias a los demás, y te consideras superior a ellos? ¿Acaso no es eso aplicar una doble vara de medir?
Dijo ‘Ali (que Dios esté satisfecho de él): «Haz de ti un criterio entre tú y los demás. Desea para los demás lo que deseas para ti mismo. Aborrece para los demás lo que aborreces para ti mismo. No seas injusto, como no quieres que sean injustos contigo. Trata bien a los demás, como deseas que te traten bien a ti. Lo que encuentras detestable para ti mismo, considéralo también detestable para los demás. Estate satisfecho con la gente en la medida en que quieres que estén satisfechos contigo. No hables de aquello de no sabes, ni siquiera un poco. No digas aquellas cosas que no te gusta que digan de ti. Has de saber que buscar la admiración de los demás está en contra de lo correcto, y es un defecto del corazón. Sé generoso y no seas avaro con los demás. Si te diriges a tu objetivo, sé lo más humilde que puedas hacia tu Señor».