Dice Dios, Exaltado Sea: «Ha elevado el cielo y ha dispuesto la balanza para que no faltéis al peso, sino que deis la pesada equitativa sin defraudar en el peso». Y dijo el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz): «La fe tiene más de setenta ramas. La más elevada es que no hay más divinidad que Dios, y la inferior es retirar un obstáculo del camino; y la modestia es parte de la fe».
La comprensión de las prioridades y su ordenación, —en el sentido de poner cada cosa en lugar que le corresponde, y en darle a cada cosa su derecho—, hace que la vida del musulmán se distinga por el equilibrio y la ecuanimidad, lejos de toda exageración o extremismo, sin que un lado se imponga sobre otro. La Sharî‘a islámica —La Ley revelada— no vino sino para realizar esas exigencias, y para exponer sus límites, que no entran en conflicto con la fitra del hombre —su naturaleza primordial—, y para exponer su deber, para cuyo fin fue creado. Este no es sino la adoración de Dios y la construcción de la tierra. La Sharî‘a permite todo aquello en lo que hay un beneficio de peso para el hombre, y prohíbe todo aquello en lo que hay un perjuicio y un daño para la vida, el intelecto, la propiedad o el cuerpo del hombre.
Las prioridades comienzan con el cumplimiento de los derechos de Dios, Exaltado Sea. Después, con el cumplimiento de los derechos del hombre consigo mismo, con su familia, sus vecinos, sus parientes, después los más cercanos, y así sucesivamente, siempre manteniendo el equilibrio, sin exageraciones ni extremismos, sino comenzando por lo más importante, y de ahí en adelante.
La más importante de las prioridades es la realización de la fórmula de la Unicidad: Lâ ilâha illâ-Llâh («No hay más divinidad que Dios»), hasta que se establezca de un modo firme en el alma, y sea una luz en el corazón que ilumine al musulmán en todos los aspectos de su vida. La Unicidad divina es la clave de la convocatoria a Dios de todos los Enviados, y el distintivo de sus santos seguidores. Es lo primero con lo que el hombre entra en el Islam, y lo último con lo que sale de este mundo. El rechazo de las ocasiones de corrupción va antes que aquello que trae consigo las ocasiones de beneficio, del mismo modo en que alejarse de las cosas prohibidas va antes que el cumplimiento de lo obligatorio, y el cumplimiento de lo obligatorio va antes del cumplimiento de lo voluntario. Dijo Abû Bakr al-Siddîq: «Dios no acepta lo voluntario hasta que se ha cumplido con lo obligatorio». Y dijo al-Râgib alIsfahanî: «Quien se ocupa de lo obligatorio sin cumplir lo voluntario, está perdonado, pero quien se ocupa de lo voluntario sin cumplir lo obligatorio, está engañado».
Los actos del corazón preceden a los de los miembros físicos. Si se corrige el corazón, se corrigen el resto de los actos, y si se corrompe el corazón, la corrección del exterior no tiene importancia.
El derecho de los siervos de Dios precede al derecho de Dios, puesto que los derechos de Dios, Exaltado Sea, están basados en el perdón y en la indulgencia, mientras que los derechos de los siervos están basados en la precaución. Por esta razón, por ejemplo, siendo el Hayy —la peregrinación mayor a La Meca— obligatorio, y siendo también el pago de las deudas algo obligatorio, el pago de las deudas tiene prioridad sobre la peregrinación.
También, el interés general es prioritario sobre el interés particular. El Islam construyó sus normas legales sobre el fundamento de la protección de los intereses tanto particulares como generales, y en el momento en que haya colisión entre los intereses generales y los particulares, tienen prioridad los generales.
La importancia del contenido está por encima del cuidado de la forma exterior. El hombre, por ejemplo, no se mide por su altura, ni por la fuerza de sus músculos, ni por la dimensión de su cuerpo, ni por la belleza de su forma exterior. Todo eso está fuera de su esencia y de su verdadera realidad humana. El cuerpo no es más que la cobertura y la cabalgadura del hombre, mientras que su verdadera realidad es el intelecto y el corazón.
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Encontramos a muchos hombres que le dan importancia a las ramas de los actos, mientras descuidan sus raíces. Se preocupan en cambiar los actos desaconsejados o ambiguos, y los asuntos en los que existen divergencias de opinión, mientras que dejan de lado las cosas firmemente asentadas por su obligatoriedad. Y no se abstienen de lo firmemente asentado en las cosas que realmente suceden por su santidad. Y eso es lo que produce la pérdida de los objetivos, y la pérdida del esfuerzo y del momento, y ampliar el ámbito de los asuntos en los que existen divergencias entre los musulmanes, algo que se opone a las enseñanzas de la Ley revelada.
Se cuenta que un hombre hacía la Peregrinación mayor a La Meca andando cada año. Una noche estaba durmiendo en su cama, y su madre le pidió que le llevara agua para beber. Le molestó tener que levantarse de la cama para dar de beber a su madre, y en ese momento recordó la Peregrinación que realizaba andando cada año, y cómo esta no le suponía ninguna molestia. Examinó su alma y vio cómo le resultaba fácil sólo porque la gente le veía y le alababa. Supo entonces que su alma estaba enferma.