Dice nuestro profeta (sobre él la Bendición y la Paz): «Existen tres cosas destructivas y tres cosas salvadoras. Las destructivas son: dejarse llevar por la codicia, seguir las pasiones, y que el hombre se crea importante». Nuestro noble profeta nos ha advertido acerca de estas tres enfermedades destructivas. La primera es una codicia a la que se obedezca. La codicia es algo que permanece oculto en el alma humana. El alma egoica posee una inclinación natural hacia ella, pero no llega a ser destructiva si no se le obedece.
La codicia puede ser descrita como una avidez intensa que surge en el hombre por conseguir algo que no le pertenece, y una vez que lo ha conseguido, se comporta con ello de forma avariciosa. Dice Dios, Exaltado Sea: «Quienes estén libres de la codicia de su alma, esos son los triunfadores».
La codicia trae consigo la ruptura de los lazos familiares, la injusticia, da pie a cometer otras trasgresiones, atrae la cólera del Infinitamente Misericordioso, conlleva la perdición del hombre y es incompatible con la fe.
Dice el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz): «La codicia y la fe nunca se encuentran juntas en el interior del siervo». Y dice también (sobre él la Bendición y la Paz): «Temed la codicia, pues la codicia destruyó a quienes vivieron antes que vosotros, haciendo que derramaran su sangre y haciéndoles lícitas las cosas prohibidas».
La segunda de las cosas destructivas es seguir las pasiones del alma egoica. Las pasiones son aquellas cosas que se oponen a la orden de Dios, y por las que se siente inclinada el alma, de modo que cada vez que el hombre desea algo, lo lleva a cabo, sin que se lo impidan ni el escrúpulo espiritual ni el temor de Dios.
La totalidad de los pecados nacen del hecho de seguir las pasiones del alma, y ponerlas por delante del amor a Dios y a Su Enviado. Ha dicho Dios, Exaltado Sea: «¿Has visto a quien toma su pasión por Dios, y Dios lo extravía conforme a un conocimiento, sella su oído y su corazón y pone un velo sobre su vista? ¿Quién lo guiará, aparte de Dios?»
Dijo Bishr al-Hafî: «El mal está todo él en tu pasión, y la curación está toda ella en la oposición a esa pasión».
La tercera de las cosas destructivas es que el hombre se crea importante. Se trata de verse a sí mismo perfecto, y ver a los demás de forma despreciativa, olvidando completamente el don de Dios. Se trata de una grave enfermedad, que hace que el hombre se engañe a sí mismo, dándole una gran importancia a sus actos, atribuyéndose los dones a él mismo, y no a Dios.
Dijo Yahya ibn Mu âdh: «¡Cuidado con atribuiros importancia! Se trata de algo que destruye a quien lo tiene. Atribuirse importancia devora los actos meritorios como el fuego devora la leña».
Del mismo modo que nuestro noble Profeta nos ha advertido acerca de las cosas destructivas, también nos ha señalado las cosas salvadoras, que son el remedio a esas enfermedades mortales y destructivas.
Dice el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz): «Las cosas salvadoras son: el temor de Dios, en secreto y exteriormente, la justicia en la satisfacción y en la cólera, y el justo medio en la riqueza y la pobreza».
La reverencia y el temor de Dios, tanto en secreto como abiertamente, distiende las apreturas y las angustias, expía los pecados, amplía los bienes que se reciben de Dios, y satisface a Aquél que es el Conocedor de lo Oculto.
Dice Dios (Exaltado Sea): «Y quien tema a Dios, Este le dará una salida y le proveerá de modo incontable». Y dijo el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz): «Teme a Dios allá donde estés, haz seguir la mala acción de una buena que borre la anterior, y trata bien a todas las personas».
Dijo al-Shâfi‘î: «Tres cosas son las más gloriosas: la generosidad en medio de la escasez, el escrúpulo espiritual en un estado de reclusión, y decir la verdad ante quien se teme o ante aquel de quien se espera algo.
La equidad es la segunda de las cosas salvadoras. Consiste en decir y actuar según la verdad tanto en un estado de satisfaccion como en uno de colera, tanto con los amigos como con los enemigos. Dice Dios (Exaltado Sea): «Manteneos firmes y sed testigos de la equidad».
Aquel que está investido con la virtud de la equidad, tanto en un estado de cólera como de satisfacción, da muestras de su valor, de su capacidad de control de sí mismo y de la fuerza de su fe. Dice el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz): «El fuerte no es aquél capaz de derribar a más adversarios en el combate. El fuerte es quien se domina a sí mismo en medio de la cólera».
La tercera de las cosas salvadoras es el justo medio en la riqueza y la pobreza. El mejor comportamiento en cuanto al estilo de vida es la ecuanimidad del intelecto. El abstenerse en una situación en la que hay que gastar es algo censurable, y gastar en una situación que exige abstenerse de hacerlo, es también algo censurable. La ecuanimidad es una de las características de los nobles siervos del Infinitamente Misericordioso. Dice Dios (Exaltado Sea): «Aquellos que, cuando gastan, ni derrochan ni son avaros, sino que mantienen una posición entre ambos extremos». Y dijo el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz): «Tiene éxito quien se somete a Dios, y Él le provee con lo suficiente para vivir, y le hace estar satisfecho con lo que le envía».