17 Oct VIDA DE LOS PROFETAS SEGÚN EL ISLAM – PARA NIÑOS Y JÓVENES
Desde nuestro padre Adam (Adán) (que Dios derrame sobre él la Paz), el primer hombre y el primer profeta que Dios envió a la Tierra, hasta nuestro señor Muhammad (que Dios derrame sobre él las Bendiciones y la Paz), ha habido muchos profetas y enviados del Cielo, pero todos han sido portadores de un único mensaje: Dios, el Señor de los Mundos, es el Creador de todo lo que el hombre puede ver o imaginar, y sólo a Él debemos adorar. Es un mensaje miles de veces repetido y miles de veces olvidado. El ser humano es desagradecido y olvida pronto a Aquél a quien le debe todo. Por esa razón, Dios, en Su Infinita Misericordia, cuando ve que los hombres se olvidan del mensaje y comienzan a actuar de forma equivocada, manda un enviado del Cielo para recordar a los hombres el camino de retorno su Señor. Los profetas y enviados de Dios siempre sienten un gran amor hacia su pueblo, y tratan por todos los medios que los hombres recuerden el mensaje original que Dios reveló a los hombres, pero muy a menudo sólo una pequeña minoría de personas ha creído en ellos y les ha seguido. La mayoría de las veces han sufrido rechazo, menosprecio y hasta persecución, por parte de aquellos mismos a los que venían a guiar.
En ocasiones, el mensaje del profeta anterior continuaba más o menos vivo en la sociedad a la que había sido enviado, pero los hombres habían olvidado parte de él, o ya no lo ponían en práctica de forma correcta. En ese caso, Dios enviaba a un nabí, es decir, un profeta, para que reviviera de nuevo el mensaje. Otras veces, cuando el mensaje anterior se había olvidado por completo, y los hombres no vivían según una ley divina, Dios enviaba a un rasul, es decir, a un enviado del Cielo, con una nueva revelación. En este caso ya no se trataba de renovar el mensaje divino anterior, sino que era un nuevo mensaje y unas nuevas leyes divinas para que los seres humanos a los que iban destinados vivieran conforme a ellas. En muchas ocasiones, a lo largo de la historia estos enviados de Dios han sido creadores de nuevas civilizaciones y culturas. Algunas de ellas han llegado hasta nuestros días, y otras han desaparecido para siempre.
Este libro recoge, de forma resumida, las vidas de algunos profetas y enviados. Todos ellos aparecen mencionados en la última escritura revelada por Dios a la humanidad: el Sagrado Corán. Los detalles de sus vidas los hemos extraído del mismo Corán, de los comentarios que los sabios musulmanes han hecho a este texto sagrado a lo largo de la historia, o de los libros sobre las vidas de los profetas que otros sabios han escrito en el pasado.
Por supuesto, ha habido muchos otros profetas, que no aparecen mencionados en este libro. Hay algunos cuyos nombres Dios no nos ha revelado, y que fueron enviados a pueblos y civilizaciones desconocidas del pasado remoto. Pero una cosa debemos tener bien clara: no ha habido ningún pueblo ni ninguna sociedad a la que Dios no haya enviado un profeta, bien para establecer una nueva revelación con nuevas Leyes descendidas del Cielo, como ya hemos dicho, bien para recordarles la revelación anterior, de la que los hombres ya se estaban olvidando.
Con el último profeta y enviado, nuestro señor Muhammad (que Dios derrame sobre él las Bendiciones y la Paz), se cerró el ciclo de la Profecía; esto quiere decir que, hasta el Final de los Tiempos, no habrá una nueva Ley bajada del Cielo para que los hombres adoren y conozcan a Dios como Él quiere ser adorado y conocido. Sin embargo, la luz de la guía, que purifica el corazón de los hombres y los hace perfectos, y que es la luz de Muhammad, sigue existiendo hasta nuestros días. Son los sabios y los maestros espirituales los encargados de transmitirla y de enseñar a los hombres con ella.
NUESTRO SEÑOR ADAM (ADÁN)
(QUE LA PAZ SEA CON ÉL)
Dios era un Tesoro escondido. Deseó ser conocido, y por eso creó el Universo, lleno de galaxias, planetas y estrellas moviéndose en armonía, todo alabándole en su propia lengua. Dios creó a los ángeles de luz y de pura fe, para que Le alabaran constantemente. Y creó a los genios del fuego, y también un mundo para que éstos pudieran vivir en él, y alabarle como el resto de la Creación. Creó la Tierra para que girara en torno al Sol, y así pudiera haber días, noches y diferentes estaciones.
Y tienen un signo en la noche, cuando hacemos desaparecer la luz del día y permanecen en la oscuridad. Y el sol, que corre hacia su lugar de reposo. Esa es la orden de Dios, el Todopoderoso, el Que Todo Lo Sabe. Y a la luna la hemos fijado mansiones, hasta que se queda como una rama de palmera vieja. (Corán 36: 37-39)
Y finalmente, creó la forma de un hombre con barro, tomado de varias partes del mundo. Dios sopló Su Espíritu en la forma del hombre y Adam, el padre de toda la Humanidad, vino a la vida.
Le dio forma e insufló en él algo de Su espíritu. Él os dio el oído, la vista y el corazón (Corán 32: 9)
Dios le concedió a Adam muchos dones. Le hizo el regalo de la vista, para que pudiera contemplar las maravillas de la Creación de Dios. Le regaló también los sentidos del oído, el olfato, el gusto y el tacto para ayudarle a apreciar y comprender el Universo que había a su alrededor. Pero eso no fue todo. Dios le hizo también dos regalos únicos: una inteligencia capaz de diferenciar lo que está bien de lo que está mal, y una voluntad capaz de hacer lo que está bien, y de no hacer lo que está mal. Mientras que el resto de las criaturas únicamente poseían los sentidos, Adam también tenía la capacidad de conocer y la capacidad de elegir. Dios le enseñó los nombres de todas las cosas, le hizo el hombre perfecto y le colocó por encima de los ángeles. Y aunque los ángeles examinaron a Adam, no pudieron ver los secretos que encerraba.
Una vez Dios le hubo enseñado a Adam todos los nombres, decidió poner a prueba a los ángeles. Les convocó y les dijo:
«¡Decidme sus nombres, si sois veraces!» Ellos dijeron: «¡Gloria a Ti! No tenemos más conocimiento que el que Tú nos has enseñado. Tú eres, en verdad, perfecto en conocimiento y en sabiduría!» Dijo Dios: «Adán, diles sus nombres». Y cuando lo hubo hecho dijo Dios: «¿No os dije que Yo conozco los secretos de los cielos y de la Tierra, así como lo que mostráis y lo que ocultáis?» (Corán 2: 31-33)
Entonces Dios les ordenó postrarse ante Adam. Todos se postraron. Pero entre los ángeles había un genio que, a causa de su gran virtud, había sido elevado al grado de los ángeles. Su nombre era Iblis. Más tarde también se le conocerá como Shaytan. Los ángeles pensaban que era uno de ellos, pero Dios sabía que no era así. Cuando Dios ordenó a los ángeles postrarse ante Adam, incluyó a Iblis entre ellos, pero él no quiso postrarse. Dijo: «¿Por qué yo, un ser de fuego, iba a humillarme ante Adam, a quien Tú has creado del barro?» Iblis, a causa de su orgullo, no pudo ver el secreto que Dios había depositado en Adam, y eso destruyó su virtud.
Luego ordenamos a los ángeles: «¡Postraos ante Adam!» Y se postraron todos menos Iblis, que no estuvo entre los que se postraron. Dijo Dios: «¿Qué te impide postrarte, habiéndotelo ordenado?» Respondió: «Yo soy mejor que él. A mí me creaste de fuego y a él lo creaste de barro». (Corán 7: 11-12)
Dios expulsó a Iblis del Cielo a causa de su desobediencia. Pero él, en su soberbia, juró venganza contra Adam y contra sus descendientes. Juró que, a partir de aquel día, no dejaría de planear trampas para hacer caer al hombre. Entonces Dios le advirtió del terrible castigo que le esperaba, a él y a cualquiera que eligiera seguirle.
Dios ordenó: «¡Desciende de aquí! En este lugar no puedes ser soberbio! ¡Sal de él! Eres de los humillados». Dijo Iblis: «Concédeme un plazo hasta el día en que sean resucitados». Respondió Dios: «Considérate entre los que esperan». Dijo Iblis: «Puesto que Tú me has extraviado, yo les haré difícil Tu camino recto. Les abordaré por delante y por detrás, por la derecha y por la izquierda, y a la mayor parte de ellos no les encontrarás agradecidos». Dijo Dios: «¡Sal de aquí, humillado y rechazado! Quien de ellos te siga, que sepa que llenaré el Infierno con todos vosotros». (Corán 7: 13-18)
En el Paraíso, al que también llamamos Jardín del Edén, Adam vivía en perfecta paz y felicidad. No pasaba hambre ni sed, no pasaba calor ni frío. Nunca tenía miedo, ni se sentía triste, ni sentía dolor. Todo lo que veía era la maravillosa belleza que le rodeaba, y todo lo que oía era a los ángeles y a las demás criaturas alabando a Dios.
Adam estaba solo en el Paraíso, así que Dios decidió darle una compañera. Mientras Adam dormía, Dios creó, de la misma alma de Adam, a una mujer: Hawa (Eva). Adam y Hawa vivían envueltos en la paz y la felicidad que únicamente Dios puede dar.
Entre los árboles del Paraíso había uno que Adán y Eva no tenían permitido tocar. Dios les había prohibido comer sus frutos, para así probar su obediencia hacia Él.
Un día, Iblis apareció y comenzó a susurrarles a Adán y a Eva la idea de comer el fruto del árbol prohibido. Trató, de todas las formas posibles, que comieran de él. Les dijo que se trataba del árbol de la vida eterna, y que si comían de él nunca envejecerían ni morirían.
Shaytan les susurró […] diciéndoles: «Vuestro Señor os ha prohibido este árbol sólo para evitar que seáis ángeles o que no muráis nunca». Les juró: «En verdad, soy un consejero para vosotros». (Corán 7: 20-21)
Iblis no cesó de tentarles con sus mentiras, incitándoles a comer del fruto de ese árbol maravilloso, hasta que finalmente cayeron en la tentación. Desobedeciendo la orden de Dios, tomaron un fruto del árbol, y comieron de él. Enseguida se sintieron llenos de tristeza y remordimiento, sentimientos que nunca antes habían tenido, y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entonces arrancaron hojas de los árboles del Jardín del Edén para cubrir sus cuerpos.
Los engañó, y una vez probaron del árbol, descubrieron que estaban desnudos, y comenzaron a cubrirse con hojas del Paraíso. (Corán 7: 22)
Al ver que Adam y Hawa Le habían desobedecido, Dios les expulsó del Paraíso y les envió a la Tierra. Adam y Hawa abandonaron el Jardín del Edén, profundamente avergonzados y llenos de dolor por haber desobedecido la orden de Dios.
Adam se arrepintió sinceramente de la falta que había cometido, y pidió a Dios que le perdonara, y también a Hawa. Continuamente repetía esta plegaria:
Señor nuestro, hemos sido injustos con nosotros mismos, y si no nos perdonas y no tienes misericordia de nosotros, estaremos entre los perdidos (Corán 7: 23)
Dios vio que Adam y Hawa se arrepentían sinceramente de lo que habían hecho, y Les perdonó. Pero decretó que ni ellos ni sus descendientes regresarían inmediatamente al Paraíso, sino que tendrían que esperar en la Tierra hasta el Día de la Resurrección.
Fuera del Paraíso, Adán sintió cosas que no había podido sentir allí: la dureza del trabajo, el dolor, la enfermedad, la tristeza, cosas propias de la vida en la Tierra. Pero lo más duro de todo era la constante lucha contra Iblis, que jamás dejaba de intentar que Adam desobedeciera de nuevo a Dios. Adam y Hawa habían perdido la inocencia y la felicidad que en el Paraíso tenían constantemente; ahora en la Tierra, la única forma de recuperarlas era permanecer siempre fieles y obedientes a la voluntad de Dios.
En la Tierra, Adam pudo contemplar también otros aspectos de la belleza y la perfecta armonía de la creación de Dios. Vio cómo el sol salía por el horizonte, y cómo su luz y su calor daban vida en la Tierra; vio también cómo se volvía a ocultar, para que en el silencio y la oscuridad de la noche el hombre pudiera descansar de las fatigas del día. Vio también cómo la luna cambiaba de forma, cómo el creciente se convertía en luna llena, y comenzaba a menguar hasta desaparecer del todo, para ir poco a poco apareciendo de nuevo. Así, pudo contar los días y los meses del año. Pudo también comprobar el cambio de las estaciones, y ver a las plantas y a los árboles crecer de las semillas que plantaba bajo la superficie de la tierra. De sus frutos se alimentarían los hombres en la Tierra. Vio también animales, cada especie viviendo en su reino, algunos de ellos creados para ayudar al hombre en sus tareas. Y vio que todo ello —astros, plantas, animales, mares y montañas— alababa a Dios en su propia lengua.
Adam vio que, a pesar de haber sido expulsado del Paraíso, Dios le había hecho rey de la Tierra y Su representante en ella.
Adam y Hawa, padres del género humano, vivieron muchísimos años, y tuvieron muchos hijos y nietos, que se dispersaron por la Tierra. Un día, Adam supo que había llegado su último día en este mundo. Entonces, antes de morir, llamó a todos sus descendientes y les dio sus últimas palabras de consejo. Les dijo que debían obedecer a Dios, el Creador de todo, y que debían permanecer siempre atentos a las trampas de Iblis, porque éste nunca dejaría de susurrarles. Les dijo que debían permanecer siempre humildes ante el Poder de Dios y recordar que, como representantes de Dios en la Tierra, debían actuar siempre con nobleza, bondad y respecto hacia las demás criaturas de Dios.
Tras darles estos consejos, Adam murió y su espíritu regresó a Dios, de donde había venido.
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