La esperanza es una de las virtudes de los Profetas, y uno de los atributos de los creyentes. Es el secreto y la luz de la vida. Es una fuerza centrífuga que envía la actividad al espíritu y al cuerpo. De no ser por la esperanza, el constructor no construiría la construcción, el sembrador no sembraría el sembrado, el estudiante no se tomaría en serio sus estudios, el comerciante no se esforzaría por sus propiedades, ni la madre amamantaría a su hijo. Si no fuera por la esperanza en los favores de la satisfacción divina, y la esperanza en entrar en el Paraíso, el creyente no se esforzaría en la obediencia a su Señor.
Nuestro Profeta (sobre él la Bendición y la Paz), tenía una esperanza inmensa en la guía de los hombres en el camino de la salvación. Cuando regresaba de Tâ’if, después de haber sido rechazada su convocatoria allí por los habitantes de la ciudad, le dijo Gabriel: “Mi Señor me ha enviado a ti para que me des una orden. Si quieres, precipitaré sobre ellos las dos montañas”. Le dijo el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz): “Más bien, ruego que Dios haga salir de sus descendientes a quien adore únicamente a Dios, sin asociarle nada”.
Cuando al creyente le aflige la desgracia, no pierde la esperanza en el bienestar; y cuando comete una trasgresión contra la Ley de Dios, continúa teniendo esperanza en la Misericordia y el Perdón de Dios; y cuando le acontece una adversidad, espera el consuelo; y cuando le ocurre una desgracia, espera que Dios le recompense por ella, y que a esta le siga algo mejor; y si alguien le demuestra su enemistad o su odio, tiene esperanza en que regrese a él el amor; y si ve cómo se manifiesta lo falso, tiene esperanza en la victoria y la superioridad de la Verdad; y si sufre a causa de las asperezas de la vida de este mundo, es inmensa su esperanza en la vida del Otro Mundo, que tiene una felicidad sin mezcla de sufrimiento, una juventud sin decrepitud, y una vida sin muerte.
La esperanza no es algo útil si no la acompaña la buena acción. Si no lo hace, sólo es una falsa seguridad y sueños vacíos. La esperanza sin acción es como un árbol sin frutos, o como un pájaro sin alas. Dice Él, Exaltado Sea: “Quien desee el encuentro con su Señor, que lleve a cabo obras correctas y no asocie nada a la adoración de su Señor”.
La esperanza del creyente no conoce barreras ni límites, y no acaba sino con la entrada en el Paraíso. Antes de acceder al califato, ‘Umar ibn ‘Abd al-‘Azîz amaba disfrutar de todas las cosas buenas de la vida, pero cuando accedió al califato, su visir, Rayâ’u ibn Haywa, vio que se inclinaba hacia el ascetismo, y que reducía las ocasiones de disfrute. Le preguntó entonces acerca de esto, y el califa le respondió: “Yo tengo un alma insaciable, y en cuanto la sacio con algo, siempre desea algo que está por encima de eso. Mi alma deseó casarse con mi prima Fatima bint Abd al-Malik, y me casé con ella. Después, deseó alcanzar el emirato, y accedí a él. Después deseó alcanzar el califato, y accedí a él. Ahora mi alma desea el Paraíso, y espero ser uno de sus habitantes”.
La esperanza es algo digno de elogio, siempre que no haga que aquél que la posee se incline hacia la vida ilusoria, y se olvide de la vida eterna y de prepararse para el encuentro con su Señor.
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Si muere la esperanza en el alma del hombre, se rompen en ella los motivos para actuar, y la inmovilidad se impone al movimiento, corrompiéndose sus energías y sus talentos, y por consiguiente, causando su destrucción. Dijo Ibn Mas‘ûd: “La destrucción se encuentra en dos cosas: la desesperación y la vanidad”. La desesperación lleva aparejada la incredulidad. Dice Él (Exaltado Sea): “No desespera de la misericordia de Dios más que el pueblo incrédulo”.
El desesperado ve este mundo desde un ángulo de completa oscuridad. Ve esta existencia como un selva, a los hombres como fieras salvajes, y a la vida como una pesada carga que no puede soportar.
Dijo el Profeta (sobre él la Bendición y la Paz): «La súplica de Jonás, cuando se encontraba en el interior del pez, fue: “No hay más divinidad que Tú, Glorificado Seas; he sido de los injustos”. No hay un musulmán que suplique con ella al respecto de algo, que no obtenga respuesta de Dios”.
Le pedimos a Dios, Exaltado Sea, que nos haga de aquellos a los que alarga la vida y embellece sus acciones, y no nos haga de aquellos a los que alarga la vida, y vuelve malas sus acciones.