Jutba 12 de agosto 2016: La riqueza

Dice Dios, Exaltado Sea, en Su Libro Glorioso:

«Y lo que adelantéis para vosotros mismos de bien, lo encontraréis junto a Dios. Él es la mejor y más inmensa recompensa».

Dice nuestro noble Profeta (sobre él la Bendición y la Paz): «El pie del hombre no se moverá el Día de la Resurrección, hasta que se le haya preguntado acerca de cómo consumió su vida, de cómo empleó su conocimiento, de cómo adquirió su riqueza y en qué la gastó, y de cómo usó su cuerpo».

Hoy vamos a tratar del segundo de los dones mencionados en el noble hadiz profético: la riqueza. En árabe su nombre es al-mâl porque las almas se inclinan hacia ella (en árabe: tamîlu), y están dispuestas por su propia naturaleza a amarla.

Dice Dios, Exaltado Sea: «Amáis la riqueza con un amor desmedido». Y dice también: «El hombre ama intensamente las cosas buenas». Y, en esta aleya, la expresión «las cosas buenas» quiere decir las riquezas. Dice el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz): «Si el hijo de Adán tuviera dos valles llenos de riquezas, desearía un tercero. Lo único que sacia el apetito del hijo de Adán es el polvo de la tumba. Dios se vuelve hacia aquél que se vuelve hacia Él».

Conforme más envejece el hombre, más aumenta en él su amor por la riqueza. Dice el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz): «Según va aumentando la edad del hijo del hombre, hay dos cosas que van aumentando en él: su amor por la riqueza y su deseo de prolongar su existencia». Y, ¿cómo no iba a ser esto así, si la vida del hombre depende de sus necesidades humanas, como comer, beber, vestirse, tener un hogar, y las demás cosas que conllevan beneficios y evitan el perjuicio, así como llevar a cabo los actos de adoración a Dios y el comportamiento conforme a la Ley de Dios? Por esa razón se cuenta entre los pilares de la religión, porque algunos de los pilares del Islam no se llevan a cabo sino con dinero. La guarda de la riqueza es uno de los cinco principios generales sobre los que se sostiene el eje de la Ley revelada, y sus objetivos.

Dice el Enviado de Dios (sobre él la Bendición y la Paz): «¡Qué excelente es la riqueza correcta en manos del hombre apropiado!».

Dijo Sa‘îd ibn al-Musayyib: «No hay ningún bien en quien no quiera juntar riquezas obtenidas lícitamente, no necesita nada de la gente, hace llegar la riqueza a sus parientes, y le da al dinero el derecho que le corresponde». Le dijo el sabio Luqman a su hijo: «Hijo mío: oponte a la pobreza por medio de la riqueza adquirida lícitamente. El hombre no se empobrece nunca sin que le afecten algunas de estas situaciones: se debilita su religión, se debilita su intelecto, y desaparece su hombría, pero aún más frecuente que estas tres es el menosprecio que padece por parte de la gente».

El dinero no es, en sí mismo, ni digno de alabanza ni digno de reproche. Dios se lo da a quien ama y a quien no ama. Es simplemente un medio: puede hacer prosperar al hombre en este mundo y hacerle entrar en el Paraíso, o puede ser una desgracia que aflija a su propietario en este mundo y le haga entrar en el Infierno. Su valor dependerá del modo en que ha sido adquirido y del modo de gastarlo. Por esa razón, el día del Juicio la pregunta acerca de él será doble: dónde lo adquirió y en qué lo gastó.

El hombre debe usar bien la riqueza, en cuanto a si la adquirió de un modo conforme a las Leyes de Dios, y si la gastó para hacer el bien.

Tanto la avaricia como el despilfarro están prohibidos por Dios. La avaricia es impedir cumplir con los deberes obligatorios, y el despilfarro es gastar la riqueza en cosas prohibidas. No se debe gastar ni excesivamente ni de forma insuficiente. De ese modo el hombre se convierte en uno de los siervos del Infinitamente Misericordioso, a los que Dios ha prometido el Paraíso. Podemos leer cómo Dios ha alabado sus cualidades en Su Libro Glorioso: «Aquellos que, cuando gastan, ni derrochan ni son avaros, sino que se mantienen en el término medio».

La riqueza no pertenecen sino a Dios. El hombre es sólo un administrador, y debe actuar conforme le satisfaga al verdadero dueño de la riqueza, que es Él, Exaltado Sea. Ha dicho Dios, Exaltado Sea: «Gastad de aquello que se os ha hecho llegar. Sois sus administradores». Y ha dicho también: «Dadles de la riqueza de Dios, que ha llegado a vosotros».

¡Oh Dios! Enriquécenos por medio de lo que Tú has hecho lícito, y no de lo que has hecho ilícito, y por Tu Don, y no por aquello que no eres Tú.

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